Para disfrutar de lo mejor de Talampaya, en La Rioja, un recorrido imperdible  

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Sus altos murallones rojizos, surgidos de las profundidades y decorados por el viento y la lluvia durante millones de años, conservan gran parte de la historia geológica de la Tierra y son la imagen más reconocida del Parque Nacional Talampaya, en la provincia de La Rioja.   

José Gallo, jefe de los guardaparques, explica que cuando los movimientos tectónicos levantaron las montañas de la Cordillera de los Andes, los sedimentos triásicos y terciarios que se acumularon durante millones de años en la profundidad del planeta quedaron al descubierto, junto con los fósiles de dinosaurios y mamíferos.   

Para proteger más de 213.000 hectáreas de esos yacimientos paleontológicos, vestigios de los pueblos originarios e impactantes escenarios naturales se creó un parque provincial en 1975, cedido a la Nación en 1997. La Unesco lo declaró Patrimonio de la Humanidad en 2000, junto con su vecino Parque Provincial Ischigualasto, en la provincia de San Juan, y la gente lo votó como una de las 7 Maravillas Naturales de la Argentina en 2019.   

Cuidar el patrimonio   

Para no dañar sus antiguos secretos, pero sí admirarlos y disfrutarlos, los visitantes pueden ingresar al parque nacional solamente con un guía habilitado en los buses y las camionetas de las agencias y las cooperativas autorizadas.   

Emanuel Villafañe, guardaparques baqueano -y uno de los tantos locales que habla con conocimiento y pasión de su tierra- cuenta que Talampaya significa “Árbol del río seco” en quechua: tala (árbol), ampa (río), aya (seco).   

Y que en el lugar hay dos formaciones geológicas: la de abajo recibe el nombre de talampaya y tiene unos 250 millones de años, mientras la de arriba se denomina tarjado y tiene 230 millones de años. Su altura, imponente, es de unos 150 metros en promedio.   

Itinerarios   

La visita tradicional, Cañón de Talampaya, recorre durante dos horas y media el lecho del río Talampaya (seco entre marzo y diciembre; sólo un caudal efímero de agua con las lluvias de enero y febrero), tal como habrían hecho hace mil años quienes habitaban los aleros y las cuevas de estas sierras.   

Esos pobladores dejaron grabadas señales, que se revelan en la primera estación. Los petroglifos (pinturas en las piedras) trazados por las culturas ciénaga y diaguita entre los siglos III y X, muestran personas guiando manadas de llamas, guanacos, ñandúes y pumas, y los morteros demuestran que allí molían sus granos.   

La siguiente parada es en el Jardín Botánico, un oasis verde con algarrobos blancos de 300 años de antigüedad, chañares y molles, detrás del que se yergue La Chimenea, una gigantesca hendidura vertical donde los visitantes juegan a escuchar su eco. Ahí ca de vestigios de culturas nativas.   

También se ven algarrobos que se destacan entre arbustos como chañares y pichanillas, llamadas por aquí “escobas de los pobres”, y manadas de curiosos guanacos, maras -emblemas del parque-, perdices copetudas, liebres criollas, choiques, chinchillones, calandrias y zorzales.   

Más difícil, en cambio, es encontrar escurridizos quirquinchos, cuises y tucutucus, pumas, gatos monteses y del pajonal, o serpientes.   

Aventura extendida   

Al circuito anterior se le pueden sumar dos paseos, que extienden la aventura a cuatro horas en cada caso. El primero es Cajón de Shimpa, a bordo de un bus sin techo o una camioneta 4×4 con servicio de catering, sopa y vino riojano servidos sobre la tierra roja de ese paisaje inolvidable.   

La aventura en este caso es sencilla, para toda la familia, y consiste en una caminata por un cañón de siete metros de ancho entre los paredones del Cajón, de unos 80 metros de alto, con paradas para escuchar las explicaciones de los guías, descansar y disfrutar de un entorno magnífico.   

El segundo es Balcones, creado en tiempos de pandemia, que permite bajar de la combi después del circuito tradicional junto a los enormes farallones y ascender hasta lo más alto de uno de ellos. La caminata es tranquila y paulatina, primero por un sendero pedregoso y seco junto a una quebrada, y luego por la parte superior, pero no da vértigo.   

Al llegar a la cima se disfruta de la vista panorámica del parque nacional, enmarcado por las coloridas Sierras de Villa Unión, Famatina, Sañogasta, Paganzo y Vilgo, y la Sierra Morada, con el magnífico cauce seco del río por donde circulan los buses. Además, resulta un lugar preferencial para observar el vuelo de cóndores y jotes.   

En este mismo sector también se pueden hacer otros dos lindísimos trekkings o recorridos en mountain bike a la Quebrada Don Eduardo y luego al Gran Mirador, con maravillosas vistas del entorno geográfico.   

Y si hay luna llena, la visita nocturna al parque es imperdible, con empanadas, vino riojano y música de quenas junto al altísimo murallón de la Catedral, después de que los guardaparques revisan con linternas que no haya pumas ni yararás cerca.   

Visita a los dinosaurios y más   

Grandes y chicos disfrutarán por igual del Sendero del Triásico, que se encuentra en la entrada del parque nacional, apenas pasando el estacionamiento y frente al parador Wayra Wasi y la administración Base Cóndor.   

Es un paseo de 250 metros a lo largo del cual se descubren todos los dinosaurios que habitaron en estas tierras a través de réplicas artísticas o paleoconstrucciones realizadas con asesoramiento científico.   

Hay ejemplares de Riojasaurus incertus, Zupaysaurus rougieri, Coloradisaurus brevis, Lessemsaurus sauropoides, Marasuchus lilloensis, Neoaetosauroides engaeus, Fasolasuchus tenax y otros.   

A 15 kilómetros de allí, en la Base Águila, también hay un lindísimo paseo interpretativo por la flora y la fauna de la región, con juegos y preguntas para comprobar lo aprendido.   

El Sendero del Monte tiene poco más de 500 metros y presenta plantas que desarrollaron estrategias para sobrevivir en la tierra seca, enseña los usos medicinales de retamas, jarillas y otras plantas, y muestra cómo las especies se mimetizan con el ambiente para protegerse.   

Desde allí se parte a dos aventuras. Arco Iris, un circuito de casi tres horas, explica su nombre apenas se divisan los colores de las formaciones ocres, amarillas, rojas y negras (por el azufre, el óxido de hierro y el carbón mineral) de las sierras de Paganzo, que muestran cómo se fue formando la Tierra durante millones de años, y se funden con el oro de la arena. La caminata es apta para todo público a través de dunas suaves.   

Por último, Ciudad Perdida es el recorrido más largo, de unas cuatro horas: son 22 kilómetros en camioneta más un trekking sobre el cauce seco del río Gualo hasta una enorme depresión de 70 metros.   

Allí, sobre el suelo arcilloso de lo que fue una laguna habitada por dinosaurios, se encuentra lo que parece una ciudad primitiva con una pirámide llamada Mogote Negro y el hermoso Anfiteatro natural excavado por la erosión.   

Paseos en los alrededores   

Como muchos alojamientos se encuentran a 59 kilómetros del parque, en Villa Unión (cabecera del Departamento Coronel Felipe Varela), la secretaria de Turismo local, Nadia Barrera, explica que tanto en esa apacible localidad como en los alrededores hay muchas más actividades y lugares para conocer, que se suman a toda la oferta de Talampaya.   

Una de las más entretenidas para familias y grupos aventureros es la Reserva Municipal Cañón del Triásico, en Banda Florida, que se realiza únicamente en camioneta de agencia, del otro lado del río Bermejo.   

Es una experiencia maravillosa para disfrutar tanto de día como de noche, subiendo y bajando por caminos pedregosos que descubren sorpresas en cada giro. En lo más alto se obtiene una vista magnífica del valle y se toma un refrigerio.   

A la luz de la luna, el guía Fabián Páez, de la agencia Runacay, señala estrellas con un láser y la noche regala fotos espectaculares.   

Otro lindo paseo es a la Casona de los Fajardo, una vivienda de adobe de más de cien años ubicada en la localidad vecina de Santa Clara. Allí, Nicolás Fajardo teje en telar con una aguja de algarrobo, como lo hacían los pueblos originarios y sus abuelos Dominga y Nicolás.   

Después de un recorrido por el interior y el jardín, se pasa a la exhibición de ponchos, cubrecamas, mantas y chalinas de vicuña, alpaca, llama o guanaco, y de obras de arte también realizadas por Nicolás, para admirar y comprar.   

Por la noche, es imperdible una rica cena en la Bodega Sacavino Arrieta junto al río Bermejo, en Los Palacios. El matrimonio de Luis Sacavino y Liliana Arrieta llegó hace 10 años desde Córdoba para recuperar una finca abandonada y hacer un vino artesanal de altura (1.119 metros), un torrontés riojano frutado y seco.   

La velada se comparte en una mesa comunitaria junto a los viñedos, un cierre maravilloso para una jornada sin dudas alucinante. 

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